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A continuación tenéis un nuevo cuento de Alfredo Herrera inspirado en la ilustración de Vicky Casellas que encabeza este post:

«Ocho de la mañana y ya estaba al pie de la máquina de coser. Apenas había probado el desayuno por los continuos dolores de estómago. Pero no se podía permitir ni un descanso. El médico más cercano estaba a una jornada de distancia y si dejaba de trabajar, el responsable rápidamente encontraría a otra que la sustituyese. Así que su único alivio eran las hierbas que le había aconsejado su compañera de casa. Por delante, más de nueve horas cosiendo sin cesar. Y así un día tras otro. Pero al menos podía dar de comer a su hija y ayudar a sus padres que cuidaban de la pequeña mientras ella trabajaba.

Ocho de la mañana y ya estaba en marcha  para el desfile de la próxima colección de otoño-invierno. Este año había pasado por poco los requisitos para poder desfilar. Entre ellas, como siempre, las medidas corporales y el límite de peso que le había costado más de un mes de dieta rigurosa. A su edad,  apenas le quedaban muchas otras opciones de volver al trabajo, así que no quedaba otra. Por delante, un sinfin de horas en maquillaje y peluquería, desfilando y sonriendo a todo el mundo.

Ocho de la mañana y ya había acabado de ducharse. Rápidamente, echó un vistazo a los vestidos amontonados en el armario. En su cabeza todavía recordaba las últimas normas que la dirección de colegio había comunicado. Nada de pantalones cortos, ni blusas escotadas, ni mucho menos tirantes. «Las chicas no debían provocar a los hombres», como les habían recalcado en la salón de actos, donde les habían reunido a todas las clases. Sin embargo, ellos no tenían ningún tipo de inconveniente para llevar lo que quisieran. Al fin y al cabo, la tentación tenía forma de mujer.

Ocho de la mañana y ya estaba preparando el desayuno para la familia. . . Y no es porque no hubiera desempeñado, con gran capacidad, muchas tareas diferentes. Había sido cocinera, limpiadora, educadora, economista,  psicóloga, enfermera…  Pero, el mundo laboral no apreciaba sus esfuerzos al frente de la familia. Toda la vida trabajando y ahora ni tan siquiera tenía una jubilación, sus únicos ingresos era de las pagas de la pensión de viudedad.

Ocho de la mañana y ya estaba en su despacho después de haber dejado a los niños en el colegio. Hoy tenía reunión con los delegados comerciales. Había preparado los datos del último trimestre de ventas y la estadística reflejaba un aumento mucho más grande que las registradas durante todo el año. Pero, aún y todo, muchos de sus compañeros atribuían este éxito a su físico, otros a los favores sexuales con sus jefes y los más a los caprichos de la suerte. Para ellos, ni sus estudios, ni los idiomas que dominaba, ni la experiencia acumulada formaban parte de ese logro.

Ocho de la mañana y ya había preparado todo para la misa diaria. El sacerdote que desde hace años celebraba la eucaristía en el convento acababa de jubilarse y estaban esperando al nuevo párroco. Ellas administraban todo el día a día de la hermandad. Incluso coordinaban las tareas de las hermanas destinadas a las misiones o en las distintas congregaciones diseminadas por el país. Pero el sacramento era una tarea vetada a la que no podían acceder.

Ocho de la mañana y en la fábrica, en la pasarela, en la escuela, la casa, la oficina y el convento, habían decidido romper con el sistema que hacía de la vida de ellas una zona de opresión, de control, de servidumbre. Todas despegaron sus pies y se lanzaron al mar en busca de nuevos horizontes.»

Si os ha gustado podéis encontrar más cuentos de Alfredo Herrera en este enlace:

https://www.artecasellas.es/category/creatividad-y-microcreatividades/